La nueva musa de la literatura británica
Tiene 31 años y ya es considerada una de las mejores escritoras de la nueva narrativa británica. Hija de madre jamaiquina y padre inglés, asegura que el feminismo es ‘el único ismo’ al que adhiere. Su última novela, Sobre la Belleza, ganadora del prestigioso premio Orange y posicionada en la lista de los libros más vendidos a nivel mundial, trata precisamente sobre las mujeres y las ventajas de ser mujer.
Publicamos aquí un extracto de la entrevista sostenida con la periodista Jacinta Cremades, de www.elcultural.es. (FOTOGRAFIA de John O'leary).
– ¿Cuanto tiempo le llevó la escritura de Sobre la belleza?
–Resulta muy divertido lo que tardo en escribir una novela... Al principio del libro me quedo bloqueada en las primeras 80 páginas una media de dos años. El resto, lo escribo a toda velocidad en unos cuatro meses. Lo más difícil es el principio, me puedo pasar dos años escribiendo una y otra vez las primeras 50 páginas, pero luego el proceso fluye y sé perfectamente lo que viene después. En total tardo tres años. Siempre son tres años.
-Da la impresión de que sus relatos son casi autobiográficos...
–...Pues la verdad es que no. Mi familia no puede ser más diferente a la de la novela. Una familia de clase media no puede diferenciarse más de la mía, de clase obrera, ineducada. Mi propósito en la novela es más el del voyeur. ¿Cómo sería la vida siendo estas personas? Es así como escribo y no extrayendo de mi experiencia personal. Siempre me ha interesado imaginar cómo viven los demás. Sobre todo las familias. Cómo ser un profesor, por ejemplo, es algo que desconozco absolutamente.
–En sus dos primeras novelas, Dientes blancos y El cazador de autógrafos, las mujeres apenas existen y si lo hacen no resultan muy simpáticas. Pero Sobre la belleza es un libro sobre las mujeres y las ventajas de ser mujer. Mujeres que siempre están reclamando sus tradiciones. ¿Acaso buscan su propia identidad?
–La gente siempre me dice que mis novelas son sobre la búsqueda de identidad. Pero eso no es lo que me interesa. El que algunos personajes busquen su identidad sólo les causa tristeza, no felicidad. Sería mucho mejor si cada uno viviera su vida a su manera. Verá, la gran transformación del siglo XX ha sido la liberación de la mujer. A comienzos de siglo, estas mujeres estaban a merced de algo que no podían controlar. Es una revolución que se ha llevado a cabo estos últimos sesenta años. Y otra cosa muy importante, todos estos chicos que han sido educados por estas mujeres, de los años 60 y 70, también son diferentes. Si me preguntan si animaría a una mujer de 1910 a casarse, le contestaría que no. ¡Escápate!, le diría. Pero las cosas han cambiado. Y sí, esta transformación de la mujer aparece claramente reflejada en la novela.
–Los hombres en Sobre la belleza resultan patéticos y pretenciosos.
–Si, algunos lo son, supongo. Hay hombres en la vida real que admiro enormemente. Pero sí, en esta obra los hombres no son muy agradables.
–Mientras al menos dos de sus mujeres (Kiki y Carlene) son capaces de vivir de acuerdo a sus principios, otras mujeres (Claire, Vee) intentan destruirlas… ¿Por qué?
–No lo sé. Cuando escribo no pienso mucho en todo esto. Vee es alguien bastante desagradable, pero es muy joven aún. Está convencida de que su belleza es su gran poder. Un poder que necesita y probablemente tenga razón, por el momento. Pero no la tendrá cuando cumpla 30 ó 40 ó 60 años. Si me pregunta qué pienso de las mujeres muy jóvenes, la verdad es que me parecen bastante horribles. Creen que no necesitan ser nada más que guapas. Vee no es una gran persona, pero crecerá y entonces será mejor. Pero, en realidad, ¡yo qué sé! No soy muy buena contestando preguntas (risas).
–Si Dientes blancos se desarrollaba en un ambiente urbano, Sobre la belleza lo hace en un campus universitario americano. ¿Es resultado de su año lectivo en Harvard?
–Sí. La universidad siempre ha estado presente en mi vida. O porque intentaba entrar en ella, o porque intentaba salir de ella (risas). Mi única experiencia fuera de la escritura es la universidad. La universidad cambió el curso de mi vida. Y siempre supe que un día iba a escribir una novela sobre un campus universitario. La verdad es que estoy contenta de haber realizado mi deseo a una edad temprana. Y ya no voy a escribir más sobre ello, aunque fue muy entretenido y las novelas sobre la vida universitaria brindan una gran oportunidad para la comedia.
–Quizá por eso en el libro ridiculiza la obsesión de las universidades por la teoría. De Zoor, su profesora de poesía dice que no escribiría un verso inspirado ni aunque Emily Dickinson se levantara de la tumba…
–Me encanta la teoría, pero la buena. ¡No estoy, para nada, en contra de la teoría, sino de la mala teoría! De hecho, me deprimen los argumentos antiteóricos, me parecen pueriles, pero hay una gran diferencia entre leer a Derrida y leer a Howard en Sobre la belleza. Howard no es un buen teórico, es un teórico de segunda mano. Crecí con la teoría y cuando estudiaba en la universidad formó muchas de mis ideas y aparece reflejado en mi propio trabajo como escritora. Por eso nunca he pretendido mantener una postura antiteórica. Solo quería sugerir que, a veces, las cosas que más nos gustan llegan a decaer, a gastarse al ser repetidas hasta la saciedad. Mucha de la teoría que me enseñaron durante mis años como estudiante no me sirvió para nada. Era una especie de metalenguaje que los profesores utilizaban para mantener su puesto, dar clase o escribir folios. Leer a Barthes o algún trabajo de Derrida, sobre todo de lo último que hizo, Julia Kristeva, esos son -para mí- los grandes escritores. Lo que considero material revolucionario. Pero detrás de ellos surgen unos cincuenta imitadores que ni siquiera imitan bien.
–Otro de los ejes de la novela es la belleza... En un mundo obsesionado por la perfección física, usted reivindica a las mujeres de Rembrant, especialmente la de la mujer a la orilla del río, sin adornos, marcada por los hijos, la edad, y la experiencia… ¿qué es para usted la belleza?
–Mi marido siempre dice que no puede andar por la calle y cruzarse con alguien que no tenga algo que le resulte de una gran belleza. Yo pienso lo mismo. Existen muchas maneras de ser bello. Me encanta la belleza física. El personaje de Carl Thomas, por ejemplo. Me considero muy fetichista en cuanto a la belleza física del hombre o la mujer. Pero, sin embargo, me produce horror lo que ofrecen las revistas y los medios de comunicación como concepto de la belleza. Pueden quedarse con sus rubias de bote plastificadas. No me importa. Significa que la verdadera belleza nos pertenece. De hecho, a medida que envejezco, me considero más bella y estoy más contenta conmigo misma. Se es más natural.
–En sus tres novelas, parece disfrutar mezclando razas, colores y religiones a través de matrimonios y amistades como si fuera usted un verdadero científico. Llega incluso a escribir en Dientes blancos “sobre la gran experiencia transoceánica”.
–No es que me guste mezclar razas, sólo intento expresar el mundo tal y cómo lo veo. No sé lo que ocurre en España pero aquí cada vez que coges el autobús o el metro, cada vez que andas por la calle, todo es mezcla. Sólo procuro representar el mundo tal y como se me aparece. No creo estar haciendo nada original. Así es el mundo en la mayoría de los lugares. Para mí es muy extraño leer libros y constatar que todos los personajes son blancos. Por la simple razón de que no conozco muchos sitios así. No sé dónde vive esta gente. En cuanto uno sube a un avión, se da cuenta de que el mundo no tiene nada que ver con este tipo de novelas. No estoy haciendo ningún esfuerzo sino representar el mundo tal y como yo lo veo. Y, honestamente, mi representación es bastante más simple que la realidad. En cuanto uno pregunta a alguien de dónde es, resulta que ninguno de sus abuelos es del mismo país, que la sangre está mezclada desde hace tres siglos. Así es Europa.
– ¿Cree en la integración?
– ¡No es algo en lo que se debe creer o no creer! Es un hecho de la vida. Es como si me preguntara si creo en el oxígeno. O si creo en brazos, en piernas. No es un concepto en el que creer, es una realidad.
–En la crítica de “New Yorker” se habla de las “tensiones intrarraciales” de su obra. Usted muestra con una extrema precisión las múltiples diferencias que existen entre la gente de color. ¿Piensa que un occidental es consciente de ellas?
–Sólo pretendo mostrar las diferencias que existen entre un individuo y otro. Cuando uno lee una novela nadie piensa “oh, mira, que diferente es este blanco de este otro blanco”. Hay algo en mí que reivindica que la gente negra existe de la misma manera que usted existe o que yo existo. ¡Son personas! Lo que intento hacer al escribir es introducir en la novela hombres de otras razas como seres humanos. No como símbolos. No como argumentos. No como parte de un artículo sobre la raza negra. Sólo como personas. Sólo seres humanos que están en el mundo. ¡Pero por lo visto, es bastante difícil! El problema con la gente blanca es que lo único que constata al ver a otra persona es que no es blanco. Si escribo una frase que dice “James entró en una tienda, etc.” uno enseguida piensa que es blanco. Porque blanco para un blanco es humanidad. Neutro. No sugiere nada. No significa nada. Sólo es James. Puedo escribir todo sobre la personalidad de James. Puede ser valiente, simpático, lo que sea. Pero si escribo “Deepa entró en una tienda”, entonces el lector sabe que es indio y cree saber cómo es. Si escribo que toca el chelo será una sorpresa. Y eso es lo que agota a escritores que no son blancos. No queremos ver el mundo siempre de la forma que ustedes nos ven. Mis personajes tienen sus dramas y sus problemas como cualquier ser humano. No los tienen por ser negros, sino por estar vivos. Sólo trato de escribir sobre personas. No desde la perspectiva de la gente que piensa que “nosotros” somos diferentes. Porque nosotros no somos diferentes. Ni siquiera quiero pensar en “nosotros”.
– ¿Le preocupa que los críticos o profesores intelectualicen sus obras, que desmonten sus novelas para explicar lo que no tiene explicación?
–La verdad es que no he notado mucha intelectualización sobre mi trabajo. Me divierte leer críticas ridículas que ni siquiera comprendo. Eso es justamente lo que yo solía hacer con los libros de otros. Pienso que estimula. Pero la verdad, lo que más me interesa son los lectores como individuos que tienen una experiencia con la novela. De ellos son las críticas que quiero escuchar. Acabo de hacer una gira por universidades en Estados Unidos y los estudiantes me explican a veces cosas sobre el libro que acaban convirtiéndose en revelaciones para mí.
–En su libro dice que el tiempo es cómo inviertes tu amor… ¿es esa la verdadera revolución pendiente?
–Es una frase de mi marido, de uno de sus poemas. A todo el mundo le gusta pero desgraciadamente, yo no soy la autora. Cuando era niña, mi familia me inculcó la idea de que el ser amable y dedicar tiempo a las demás personas era mucho más importante que el tener talento, ser divertido, interesante y todas esas cosas. A medida que me hago mayor cada vez me parece más obvio que, más importante que el talento es el cómo tratas a los demás y el tiempo que pasas con ellos.